Relato de un encargo: la casa Cruïlles

A mediados de febrero recibí el encargo de fotografiar la casa Cruïlles. Formaba parte de un trabajo más amplio de recopilación de las obras en las que participa Alumilux. En este caso, ellos habían hecho todas las aberturas en aluminio, sustituyendo las existentes de madera. Más allá del debate complejo sobre si la solución era el aluminio o seguir con la madera inicial, era necesario reivindicar, a través de la fotografía, el resultado conseguido en el contexto de la reforma promovida por nuevos propietarios.

 

Fotografia de la casa Cruïlles.

Casa Cruïlles, en Aiguablava (Begur).

Pero el reto era más potente que la simple documentación. La casa Cruïlles es una obra de referencia de la arquitectura catalana del siglo veinte y parece que llevaba muchos años sin ser fotografiada con una mirada arquitectónica; sólo inmobiliaria. Aparte de los libros, en la red encontré algunos planos, un escrito de Xavier Febrés que reforzaba el carácter excepcional del encargo, y poco más. Expectando por mirar y sentir esta arquitectura, dejé reposar la información hasta que los propietarios fijaron la fecha de la sesión.

 

Y llovía… ¡El día elegido llovía! Llegar a Aiguablava con un cielo blanco, sin textura ni dirección de la luz fue toparse con el primer arrecife. El mar de color gris, al igual que el masovero, que nos limitaba el horario, la movilidad y el alcance de la mirada, por indicación de los propietarios rusos, era el segundo. Y el tercero era el contenido interior, los muebles: un choque estilístico que desdibujaba el esfuerzo arquitectónico del proyecto.

 

La luz, continua y apagada para una casa blanca, no variaba, obligándome a confiar en el proceso de revelado que me permitiría forzar un estilo visual más atractivo y concentrarme plenamente en la composición. Pese a estos impedimentos, la pasión por la fotografía hizo rendir al máximo los recursos disponibles. Primero los exteriores y, a continuación, los interiores, con un recorrido fugaz y limitado a las estancias comunes, esquivando visualmente la mayoría de muebles. A contrarreloj, fui por la escalera hasta el vestíbulo de entrada, bajo la vuelta invertida de cubierta, que configura el segundo espacio más potente de la casa, después de la sala principal abierta al mar… Tensión y tranquilidad, sentir y mirar, pausa y acción, ¡dualidades clásicas de la fotografía de arquitectura!

 

Fotografía de la casa Cruïlles.

Punto de partida y revelado.

Con una sensación agridulce llegó el aviso de tiempo agotado y mientras volvía al coche hice paradas para aprovechar cada escena que dejaba atrás. Todo estaba mojado por una lluvia fina que hacía añorar la luz del Mediterráneo. Una luz que al día siguiente volvió para fotografiar el entorno con mejores condiciones y recordarme que ella es la materia prima de mi oficio.

 

Al cabo de unos días, reviviendo la casa Cruïlles con las imágenes en el ordenador, todas las escenas exteriores tenían una pose triste y sin volumen. Era el momento de reavivarlas creando una atmósfera más viva gracias al proceso de revelado digital de los archivos: recuperando la textura imperceptible de las nubes, dándoles un tono más frío que en el resto, forzando el contraste en la zona de la casa y bajándolo en el entorno y, finalmente, eliminando la grúa y otros elementos que enfatizaban el carácter inhóspito de algunas escenas.

 

Con esta reinterpretación de la luz, parece que la arquitectura vuelve a tener voz propia en medio del paisaje, parece que las imágenes evocan de nuevo los espacios que Antoni Bonet Castellana proyectó, y conecto con mayor claridad con las sensaciones de haberlos transitado.

 

M. Torra